Era una reunión urgente de todos los miembros del despacho. Julián Mantle sufrió un ataque ayer mientras presentaba el caso Air Atlantic ante el tribunal. Sin embargo, Julián ha tomado una decisión que todos ustedes deben saber. Sabía que Julián tenía sus problemas, pero jamás pensé que pudiera dejarlo. Cada vez que yo me presentaba allí, las enfermeras me decían que estaba durmiendo y que no se le podía molestar. Tampoco aceptó mis llamadas.
Lo último que supe de Julián fue que se había ido a la India en no sé qué expedición. Le dijo a uno de los socios del bufete que deseaba simplificar su vida y que «necesitaba respuestas» que confiaba encontrar en ese místico país. Había vendid
o su residencia, su avión y su isla. Había vendido incluso el Ferrari.
Mi padre lo expresó mejor cuando dijo: «John, cuando estés a las puertas de la muerte seguro que no desearás haber pasado más tiempo en la oficina.» Así que empecé a quedarme más horas en casa, decidido a iniciar una vida decente, si bien más ordinaria. Me hice socio del Rotary Club e iba a jugar al golf todos los sábados para tener contentos a mis clientes y colegas. Pero debo decir que en mis momentos de tranquilidad pensaba a menudo en Julián y me preguntaba qué habría sido de él después de nuestra inesperada separación. Tal vez estaría viviendo en la India, un lugar tan grande y diverso que hasta un alma inquieta como la suya podía encontrar allí un hogar. Había una cosa segura: Julián no había vuelto a ejercer. Nadie había recibido una postal suya desde que partiera hacia su exilio voluntario. Cuando por fin se abrió por completo, vi a un hombre risueño de unos treinta y cinco años.
Me recordó a aquellos chicos perfectos con los que yo iba a la facultad, hijos de familias perfectas, con casas perfectas y coches perfectos. Pero el visitante tenía algo más que aspecto saludable y juvenil. Tal vez no estaría de más llamar a seguridad.
Ojalá me hubiera guardado mis secretos profesionales –dijo esbozando una sonrisa. El hombre que tenía ante mí no era otro que el añorado yogui de la India: Julián Mantle.
Ya no tenía aspecto de viejo ni esa expresión enfermiza que se había convertido en su distintivo. Todo lo contrario, aquel hombre parecía gozar de perfecta salud y su rostro sin arrugas estaba radiante. Tenía la mirada clara, una ventana perfecta a su extraordinaria vitalidad.
Julián ya no era el ansioso abogado de primera categoría que trabajaba en un bufe-te de campanillas. No, este hombre era un juvenil, vital y risueño modelo de cambio.
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