–¿Sabes qué es lo gracioso de la vida? –me preguntó Julián. –Dímelo tú. –Que cuando la mayoría de la gente se da cuenta de lo que realmente quiere y de cómo obtenerlo, suele ser demasiado tarde. Los jóvenes no saben, los viejos no pueden. –¿Es ése el sentido del cronógrafo de la fábula? –Sí. El luchador de sumo japonés con el cable color de rosa que cubre sus partes resbala en un cronógrafo de oro que alguien ha perdido en el hermoso jardín –me recordó Julián. –Lo recuerdo muy bien –sonreí. A estas alturas, me había dado cuenta de que la fábula mística del yogui Raman no era más que una serie de apuntes pensados para enseñar a Julián los elementos de su filosofía de la vida esclarecida, al tiempo que servían para ayudarle a recordar cada paso. Se lo dije. –Ah, el sexto sentido del abogado –replicó él con una sonrisa–. Tienes toda la razón. Los métodos de mis maestros me parecieron raros al principio, y yo me esforcé por comprender el significado del cuento como tú te preguntabas de qué estaba hablando cuando empecé a relatar la fábula. Pero te diré, John, que los siete elementos de la historia, desde el jardín y el luchador de sumo hasta las rosas amarillas y el camino de diamantes, que ahora pasaré a explicarte, sirven de poderosos recordatorios de lo que aprendí allá en Sivana.
La gente productiva y atareada es muy eficaz con su tiempo; no le queda otro remedio si quiere sobrevivir. Ser bueno administrando el tiempo no significa volverse adicto al trabajo. Al contrario, dominar el tiempo te permite disponer de más tiempo para hacer las cosas que para ti tienen más significado. El dominio del tiempo con-duce al dominio de la vida.
Anotando no sólo tus citas de trabajo sino también tus compromisos contigo mismo de leer, relajarte o escribir una carta de amor a tu esposa, serás mucho más productivo con tu tiempo. No olvides que el tiempo que empleas en enriquecer tus horas de asueto no es tiempo malgastado; eso hará que seas mucho más eficiente cuando estés trabajando. Deja de vivir en compartimientos estancos y entiende de una vez por todas que cuanto haces forma un todo indivisible. Tu comportamiento en casa afecta a tu comportamiento en el trabajo. Tu trato con la gente en la oficina afecta al trato que das a tu familia y tus amigos. –De acuerdo, Julián, pero es que yo no tengo tiempo de descansar en mitad del día. De hecho, trabajo hasta la noche. Últimamente mi hora-rio me tiene colapsado. –Noté un vahído en el estómago al pensar en la cantidad de trabajo que me esperaba. –Estar ocupado no es excusa. La cuestión es: ¿qué es lo que te tiene tan ocupado? Una de las grandes reglas que aprendí de aquel viejo sabio es que el ochenta por ciento de los resultados que consigues en la 111 vida viene de sólo el veinte por ciento de las actividades que ocupan tu tiempo. El yogui Raman lo llamaba «la vieja regla del Veinte». –No te sigo. –Bien. Volvamos a tu apretado lunes. De la mañana a la noche podrías emplear el tiempo haciendo muchas cosas, desde hablar por teléfono con clientes y redactar alegatos hasta leerle un cuento a tu hijo pequeño o jugar al ajedrez con tu mujer.
Organizar el tiempo no era simplemente algo en lo que uno pensaba en horas de trabajo y olvidaba después. Era más bien un sistema holístico que podía hacer más equilibradas y satisfactorias todas las facetas de mi vida, si lo aplicaba correctamente. Aprendí que planificando mi jornada y tomando el tiempo necesario para asegurar un uso equilibrado del mismo, no sólo iba a ser más productivo, sino también más feliz. –Vaya, conque la vida es como una larga tira de beicon –tercié yo–. Para ser dueño de tu tiempo has de separar la grasa de la carne. –Excelente. Estás en la onda. Y aunque mi faceta vegetariana me empuja a lo contrario, te diré que me encanta la analogía porque da justo en el clavo. Cuando empleas tu tiempo y tu preciosa energía en la carne, no te queda tiempo para malgastar en la grasa. En ese punto tú vi-da pasa del reino de lo ordinario a la exquisitez de lo extraordinario. Es ahí donde empiezas realmente a ser dueño de tu destino y las puertas del templo del esclarecimiento se abren de par en par. »Eso me lleva a otra cuestión –prosiguió Julián–. No dejes que otros te roben tiempo. Cuídate de los ladrones de tiempo.
Había dado con el secreto que las personas han estado buscando a lo largo de los siglos. Era algo más que el secreto de la juventud o incluso de la felicidad. Julian había descubierto el secreto del Yo.
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