Me dijo que el mundo hipercompetitivo de la abogacía se había cobrado su precio, no sólo física y emocionalmente, sino también en lo espiritual. Admitió que igual que su cuerpo se venía abajo, su mente había perdido brillo.
Cuando su médico le planteó el ultimátum de renunciar a la abogacía o renunciar a la vida, Julián creyó ver una oportunidad de oro de reavivar el fuego interior que había conocido de joven, un fuego que había ido extinguiéndose a medida que el derecho pasó de ser un placer a volverse un negocio. Julián se entusiasmó visiblemente al explicar cómo había vendido todas sus posesiones materiales antes de partir rumbo a la India, un país cuya cultura ancestral y tradición mística le habían fascinado siempre. Viajó de aldea en aldea, a veces a pie, otras en tren, aprendiendo nuevas costumbres, contemplando paisajes eternos y amando cada vez más aquel pueblo que irradiaba calidez, bondad y una perspectiva refrescante sobre el verdadero significado de la vida. . A medida que pasaban las semanas en aquel prodigioso entorno, Julián empezó a sentirse nuevamente vivo, quizá por primera vez desde que era niño.
Aunque Julián había disfrutado hasta el último minuto de su estancia en aquel exótico país, dijo también que su viaje fue algo más que unas meras vacaciones para despejar una mente sobrecargada. Julián trató de describir la belleza de los templos antiguos esparcidos por el místico paisaje de la India, edificios que parecían leales guardianes de la sabiduría de los tiempos.
Yo, que era un leguleyo viejo y cansa-do, que lo había vendido todo, desde mi Rolex hasta mi caballo de carreras, había metido lo poco que me quedaba en una mochila que se convertiría en mi único acompañante mientras me imbuía de las eternas tradiciones de Oriente. Además, la India es un lugar tan estimulante intelectualmente que apenas pensé en lo que había dejado atrás. El primer paso real no llegó hasta que Julián llevaba siete meses en la India.
Convertido en cuidador del templo de la aldea, Krishnan dijo que había llegado a conocerse a sí mismo y a saber cuál era su meta en la vida. Reveló, con gran emoción, su lucha interior y la crisis espiritual que había experimentado cuando la brillante luz de su vida empezó a fluctuar al viento de una vida disipada. ¿Quién mejor que otro ex abogado que, gracias a su propia odisea espiritual, había hallado una vida plena, para enseñarle los secretos de una existencia llena de equilibrio y satisfacción? Julián se sintió uno con el entorno, esa clase de relación que dos viejos amigos pueden disfrutar después de muchos años de escuchar los mutuos pensamientos y de reírse los chistes.
Después de haber dado la vuelta al mundo en varias ocasiones, Julián creía haberlo visto todo. Y fue allí, con la humanidad a sus pies, cuando Julián se aventuró a salir de la cómoda envoltura de lo ordinario para iniciar su exploración del reino de lo extraordinario. El destino de cada uno de nosotros depende de las opciones que tomamos, y yo estaba seguro de que había tomado la correcta. Aunque se sentía liberado del estrés y la tensión que caracterizaran su antiguo mundo, se preguntaba en cambio si podría pasar el resto de su vida sin el reto intelectual que su profesión le había deparado desde que saliera de la facultad en Harvard.
A Julián le sobresaltó ver a alguien más en aquel lugar remoto al que había llegado tras siete agotadores días. Julián se aproximó con cautela mientras el otro permanecía inmóvil y en silencio. Julián no pudo verle el rostro bajo la capucha, pero le impactó el contenido de la pequeña cesta que sostenía. Dentro había una colección de las flores más delicadas y bellas que Julián había visto jamás. La figura abrazó su cesta a medida que Julián se aproximaba, como para demostrar su gran amor por aquellas flores y su desconfianza hacia aquel occidental, tan corriente en aquel paraje como el rocío en el desierto. . Pero Julián 16 jamás había visto un hombre igual. Aunque tenía por lo menos la misma edad que él, sus rasgos dejaron a Julián como hechizado y le obligaron a quedarse mirándolo una eternidad. El hombre tenía ojos de gato, tan penetrantes que Julián se vio obligado a desviar la vista.
Y aunque sus manos delataban que no era joven, irradiaba tal juventud y vitalidad que Julián se quedó hipnotizado, como el niño cuando ve actuar por primera vez a un prestidigitador. Debe de ser uno de los Grandes Sabios de Si vana, pensó Julián, casi sin poder contener su alegría.
Presintiendo que, efectivamente, había dado con uno de los místicos monjes que a tantos habían eludido antes, Julián le abrió su corazón y le contó su odisea. Habló al viajero de su vida pasada y de la crisis espiritual que había tenido, el precio en salud y energía que había debido pagar a cambio de las fugaces recompensas que le deparaba la práctica de la abogacía. Habló de que había cambiado la riqueza del alma por una voluminosa cuenta bancaria y de la ilusoria gratificación de su estilo de vida «vive deprisa, muere joven». Y le contó sus viajes por la mística India y su encuentro con el yogui Krishnan, aquel abogado de Nueva Delhi que también había renunciado a su profesión en la esperanza de hallar la armonía interior y una paz duradera.
No volvió a hablar hasta que Julián mencionó su ardoroso y casi obsesivo deseo de adquirir los antiguos principios de la sabiduría y el esclarecimiento. Poniendo un brazo sobre el hombro de Julián, dijo suavemente: –Si de verdad tienes un deseo sincero de aprender esa sabiduría, entonces es mí deber ayudarte. Julián siempre había creído que la vida se reducía a unos cuantos momentos clave. En el fondo de su alma, tuvo la certeza de que era el primer momento del resto de su vida, una vida que pronto iba a ser mucho más de lo que nunca había sido.
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